SIN QUE ME DIERA CUENTA YO



 
ANOCHECER DE UN DÍA AGITADO

Señor, a ese chico
lo querían hacer
bolsa. Si vieras, estaba ahí,
perfecto, para que le patearan la cabeza
y el corazón. Los otros chicos
alcahuetes, los tíos y las tías,
las maestras, el cura, las canciones,
de moda, el vecino de al lado,
los albañiles... Hasta que vos
en tu infinita misericordia, dijiste
que se haga la luz, y se hizo
Santiago. Alto y flaco como un palo
de escoba, ojitos de gato huraño
(malo y huraño cuando hacía
falta) pero bueno y alegre
conmigo. Me dijo un día
-No le hagas caso a esos idiotas
y mucho menos a tu papá, el más
idiota de todos, cabeza de cascote,
zángano.

Lo dijo y me reí. Y al reír, yo no sé
qué pasó, pero en el acto, con su
vocecita desintegradora
se esfumó la tristeza. La tarde
era cálida, las nubes daban vueltas
carnero allá en el cielo, los árboles
me protegían. Como si
de Tu mano, Señor, hubiera recibido
esos dones contradictorios: el amor
de Santiago y el odio del mundo.
Aunque odio, lo que se dice
odio, no era, y sí otra cosa.
 
No importa, yo te quería dar las gracias
por los ojos de Santiago, el pelo
y las rodillas de Santiago, por el papá
y por la mamá de Santiago, y por su perro, y
su piel transpirada después de jugar
a la pelota.

Y gracias, sobre todo por ese
anochecer en la esquina de casa,
después de un día
agitado, donde Santiago me dijo
-No tengas miedo, Os.
Y yo no tuve miedo. Te lo juro, Señor,
no tuve miedo. No tuve miedo
nunca más.



VETE DE MÍ
 
A mi edad, me dije
mejor la vida solitaria.
Caminatas, amigos,
una nueva novela para
 
leer en la mesita
de un bar en la vereda.
¿Quién te creés que sos
para desbaratar así
 
mis planes? ¿Quién
para reírte de esa forma
tan graciosa? ¿Mefistófeles?
Aléjate o destrúyeme

pero no me digas
que tenés ganas de verme
mañana, en un barcito
repiola, para tomar

una cerveza. No dejes
esa semilla en mi corazón
-bastante vapuleado
e hipertenso. Ojitos de miel,

remera transpirada...
porque voy a decirte que sí.
Te voy abrir la puerta
de mi casa otra vez.

No importa lo que diga
la profecía. Voy a caer
y caer en tus brazos.
Y chau mis vacaciones

en Venecia. Chau las horas
abiertas, entregadas
por completo a mí mismo.
Ay Mefistófeles, con tus

ojitos de cordero degollado.
Y tu sonrisa párvula y tus
piernas robustas de futbolista.
¿Quién te creés que sos?
 
 
 
NO SE PIENSA EN EL VERANO CUANDO CAE LA NIEVE
 
Parece que todo seguirá igual.
Que la piedra en la puerta
de casa no se moverá un centímetro.
El cielo en su quietud de nubes grisáceas.
El corazón aplastado, machacado
contra la maleza, mientras
deambulan los insectos ávidos
o indiferentes. Y sin embargo
todo esto pasará. El miedo pasará.
La sensación de estar solo, de que
no hay nadie más en el mundo.
Pasará. Se abrirán los árboles.
La luna, los lentos abrojos. Las redes
de luz, de agua. Se abrirán. Con
mis propias manos abriré
la ventana. No sé cuándo, pero la abriré.
Cantará un pajarito. Lejano, todavía,
pero cantará. Un día cualquiera. Se
abrirán los árboles. Soplará el viento.


Osvaldo Bossi
Sin que me diera cuenta yo (Munro: Patronus Ediciones, 2021)

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