Poemas de Osvaldo Bossi


 

Aunque Dios se olvidara de nosotros


Era una jaula. Era una jaulita.

Pieza y cocina y nada más. Con su

ventana reglamentaria y una cortina

de tela flotando entre las dos.

 

Aun así, todas las semanas yo

cambiaba los muebles de lugar.

Donde estaba el ropero, ponía la mesa.

Donde la cama, el aparador. Era

 

una magia simple: poner a rotar

el universo. A mí me salía a la

perfección. De esta forma, no se caían

las horas en un pozo. Por el contrario.

 

Barría la oscuridad y en la punta

colocaba un florero. Viruta en mano, no

paraba hasta dejar cada cacharro

reluciente. Mamá se reía de mí.

 

Yo también me reía de mí. Como

cuando corrijo un poema y busco

el mejor lugar para cada palabra. Así

yo armaba y desarmaba mi casa.

 

Ordenaba la luz. No importa si Dios

se había olvidado de nosotros. Yo

me acordaba de lavar el mantel. Abría

el tocadiscos y ponía una canción

 

de Sandro o de José Feliciano, a todo

lo que da. Tenía 12 años. Un palito

de escoba parecía. Sin embargo,

movía el ropero gigante de una punta


a la otra, como si nada. A mí no me iban

a correr con muertos. No. Mi mamá

volvía cada noche de trabajar y siempre

me decía, un poco triste y un poco contenta:


-Qué loco este chico. Hace que todas

las cosas parezcan diferentes.

 

 

Realidad y deseo


Cuando la realidad

se hizo deseo, nada


siguió siendo

lo mismo para mí.

 

El fondo de tus ojos,

por ejemplo, podía ser

 

el mar o una zanja

repleta de sapitos.

 

Tu pelo, la llovizna

o un revolcón

 

de olas en la noche

afiebrada. Eso

 

y mucho más.

No había cosa que no

 

te contuviera. Yo era

el hombre más rico

 

y el más pobre

del mundo. Tenerte


y no tenerte se volvieron

mi párvula obsesión.


Amigo y enemigo

eso eras. Lejano


como un dios

y cercano como un


vaso de agua.

Eras de azúcar, de hielo,

 

de carbón, espina, lava

(la baba de mis ojos).

 

Y más, mucho más.

Yo estaba atragantado

 

y vacío, roto y completo.

Sumido en no sé

 

qué agonía dichosa.

Oh aquellos


tiempos... Ahora

que el deseo se hizo

 

realidad, y el mar

es el mar


y una hora es una hora

-no más que eso,


preparo mi café.

Reviso mi correo y


me alegro o indigno

por las cosas del mundo.


A la noche, cocino

sin apuro, mi comida.


A veces, una copa

de vino y a veces


no. Cada tanto

me acuerdo de esos


días, es cierto,

en que la realidad era deseo


y me sonrío.

Qué loco, digo.


Pensar

que la vida era eso para mí.



Osvaldo Bossi

Agüita clara. Gog y Magog Ediciones, 2020.




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