Dos puntitos en el mapa
El año pasado a esta altura, concurría a una escuela de teatro de donde me traje varias publicaciones sobre arte dramático que allí se distribuían. A través de una de ellas conocí el siguiente texto de Diego Faturos, una pieza breve muy dulce, triste, hermosísima, montada sobre la imaginación de un joven combatiente de Malvinas.
UNA LUZ FINA ILUMINA EL ROSTRO DEL HOMBRECITO. PÁLIDO, CASI BLANCO. VISTE UNIFORME MILITAR. EL LUGAR ES GIGANTE, IMPOSIBLE VER DÓNDE TERMINA. PARECE UN CAMPO DE NOCHE O EL LOMO DE UNA BALLENA.
LA VOZ DE JUANA
UNA LUZ FINA ILUMINA EL ROSTRO DEL HOMBRECITO. PÁLIDO, CASI BLANCO. VISTE UNIFORME MILITAR. EL LUGAR ES GIGANTE, IMPOSIBLE VER DÓNDE TERMINA. PARECE UN CAMPO DE NOCHE O EL LOMO DE UNA BALLENA.
HOMBRECITO: Frutillas con crema. No descarto el Shimmy,
la manzana con azúcar y el candial (yema de
huevo y un chorrito de coñac). Pero las frutillas
con crema siempre delante. Nunca por
detrás del Shimmy, la manzana con azúcar y
el candial. Peras asadas, pochoclo, budines,
almendras, el pistacho, ricota, los flanes. ¡Los
flanes! No, no, no… Frutillas con crema, sí,
sí, sí… Si el cielo en vez de celeste, rojo fuera.
Sumando las nubes blancas cuando cubren el
cielo por partes. Y si el cielo en vez de celeste,
rojo fuera, así serían las frutillas con crema si
fueran el cielo… Mi abuela me las hacía. Casi siempre nunca dejaba un poco. Guardaba para
después. Solo dos o tres. Más no. Aguantar,
imposible. Y a la noche, desenvolvía ese tesoro.
Después me dormía. Mirando el techo,
panza arriba. Miedo no tenía. Una vez sola
tuve miedo… Me imaginaba que la cama era
un barco. Me movía de un lado a otro. Así.
Y me dormía. Navegando… Mi cama siempre
fue la misma. No me acuerdo la última vez
que dormí ahí… Trato de no pensar en las cosas
que extraño, pero si eligiera algo, una de
esas cosas sería mi cama. Apenas Juana llegó
de ese viaje a la costa, nos metimos bajo las
sábanas. Hicimos el amor abrazados. Estaba
su cuerpo tan pegado al mío... No había espacio
para nada. Sin embargo parecía enorme.
Estar ahí. Abrazarla era gigante… Me parece que cuando digo cama, extraño a Juana. Qué
extraño. (Respira). Cuando llegué a las islas
lo primero que me sorprendió fue no ver la
costa cerca. Me las imaginé siempre que me
las imaginaba como dos puntitos en el mapa.
El frío entraba por los pies y llegaba hasta los
huesos. Una capa de lluvia fina como una sábana cubriendo el cielo. Al sol no lo vi. Solo
brillaban las bombas. (Pausa). ¿Desde qué
lugar hablo? Digo, ¿desde dónde habla uno?
A veces me imagino mi vida, cómo hubiera
sido mi vida si no hubiese sido como ahora
es. (Traga saliva). El día que maté fue algo que
inevitablemente iba a suceder. Como mojarse
cuando llueve o tener hambre mirando el
mar. Nos reconocimos por no ser parecidos
en nada. Nos paramos de frente y en silencio.
Hubo algo que sí me pareció familiar. En sus
ojos. En los míos. El miedo se parece en todo
el mundo. La mirada está velada, aguardando,
y las cosas caen, de pronto, en un velo. Eso es el miedo: los ojos velados. Teníamos que ser
hombres y éramos miedo. Yo disparé primero
porque… qué sé yo por qué. Continuamente
me lo pregunto. Si cierro los ojos puedo escuchar
perfectamente el ruido de su cuerpo cayendo.
Como un trueno apagado. Como una
ola golpeando el muelle. Me acerqué sin saber
qué hacer y le pedí perdón. Por él, por mí. En
nombre de todo, qué sé yo, me sentí en ese
momento responsable de todo en general y le
pedí perdón. (Toma aire). Juana está vestida
de fiesta, es Año Nuevo. Mirándome y riéndose.
Tiene el sol metido en la boca. Su sonrisa
brilla. Baila un paso torpe que me hace reír y llorar al mismo tiempo. La quiero abrazar para
besarla y no llego. Estiro la mano y se aleja de
mi cuerpo. Se achica en el espacio, empiezo a
correr y es como si doblara en las esquinas. La
pierdo de vista. Juana. Juana. Grito su nombre
en el viento y escucho que también me llama.
¡Juana! ¡Juana! No escucho su voz. No escucho
más a Juana decir mi nombre. Y si mi voz no
sirve para llegar hasta ella, ¿para qué la tengo?
Digo, ¿desde qué lugar hablo? ¿Desde dónde
habla uno? (Entrecierra los ojos). Me caigo. Me
estoy cayendo. Esta vez no pude disparar primero.
Un ardor en el pecho y sentir el corazón
que explota en un segundo. Es tan difícil vivir
y parece tan simple morir. Caigo con los ojos
abiertos como frutillas. Lo último que veo es
el cielo, nubes blancas de postre y crema. La
tierra mojada de Malvinas me hace acordar a
mi cama. Qué extraño. Me parece que cuando
digo cama, extraño a Juana.
Diego Faturos
Cuadernos de Picadero Nº 25 - 4000 caracteres, julio de 2013. Buenos Aires, Instituto Nacional del Teatro.
Emocionante...
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