Poemas a Robin

 
11
 
Si pudiera transformarme en nube
y desde lejos acompañarte. O en el asiento
de atrás del colectivo que te lleva
a tu trabajo, medio dormido, a las seis
de la matina. En cambio, escribo estos versitos
que no pretenden ganar ningún trofeo
literario, pero sí animarte un poco.
Sobre todo, en esas horas que se pierden
sin ningún sentido, o mientras hacés malabares
para llegar a fin de mes. Robin, amigo,
que mis palabras toquen tu corazón
que espera con ansiedad el viernes, y te hagan
sonreír. Un sonrisa tuya es todo lo que espero,
así que le pido encarecidamente a quien
esté a cargo de estas cosas, me dicte versos
que te saquen una sonrisa -no más que eso,
mientras se acerca la primavera.


23

No confundamos la poesía con la vida,
Robin. La vida poética (por más bella que sea)
es una maldición. Las manzanas se convierten
en frutos del pecado original, y las rosas
un turbión de amor rotando en un jardín
que no existe. En ese mundo, tu pelo no sería
tu pelo, y tu sexo no me empujaría con ese brío
que tiene a las mañanas. Si poetizamos
una copa de vino, nos quedamos sin vino
en la mesa de los amigos. Y sin vino y sin amigos,
para qué seguir... Que un elefante sea un elefante,
aunque no entre en una caja de bombones.
Y que tus labios huelan como tus labios
y tus axilas como tus axilas. Sin esa áspera
belleza, sin lo que toco y lo que me toca, mi casa
se derrumbaría. Que el polvo sea polvo.
Que la cebolla, limpia cebolla. Sin bosques,
sin alados corazones, sin Noche de San Juan.
La vida de un lado y la poesía del otro, como dos
monstruos que se estudian y conversan tranquilos,
a la distancia. Míralos con atención, Robin.
El primero que se descuide, morirá.


26

Me convertí en Batman de un día
para el otro, casi sin darme cuenta.
Como mi papá se había ido, me volví
el papá de mis hermanos, luego fui
el papá de mi mamá, de mi padre
también fui un padre extremadamente
comprensivo. Hacía los deberes
de la escuela, y con una escoba gigantesca
barría la lluvia, barría el dolor. Cocinaba
guisos espléndidos, era educado, limpio.
Tenía un amante de 18 años, pero eso
nadie lo sabía. Yo era perfecto,
hasta que un día me cansé o me rompí
en mil pedazos y ya no soy, no quiero ser
el padre de nadie más. Menos que nadie
el tuyo, Robin. Pero no te burles de mí.
No me hieras más de la cuenta, sin necesidad.
A veces sueño que alguien cruza la noche
friolenta y me prepara un rico guisito
de verduras y de fideos en la cocina. ¿Serás vos?
Yo corto la cebolla. Ponemos un disco 
de Caetano Veloso, que a mí tanto me gusta.
Y el tiempo pasa, tranquilo, como un rumor,
y nadie es el padre de nadie, por primera vez.


28

Arena pálida o tierra iluminada
por el fuego. A veces asoma un escorpión
entre las piedras, o un robusto yaguareté
atraviesa el monte o se mete en el río
a cazar, solitario. La cuestión es que una vez
visto, no se puede olvidar. Yo, al menos, no
me olvido de tus ojos abriéndose o cerrándose
al ritmo de esas olas que, impacientes, golpean
contra la quilla de un barco que se hundió.
Aunque acá el único barco hundido sea yo
Robin, cuando me mirás y cuando no me mirás,
con toda esa sombra y esa dulzura bajando
por tus pestañas. Tus ojos de perrito callejero
o de niño que busca la jaula de los monos
en el zoológico. La hermosa trampa en la que
caemos -por otra parte- los buenos muchachos
como yo. No tus fuertes brazos ni tus piernas.
Ni siquiera tu sexo endemoniado que se despierta
a las cuatro de la mañana. No. Tu cuerpo visible
y tu cuerpo invisible vienen de ahí. De tus ojos,
estoy seguro.


30

El problema es la fe, el iris
que se abre cada mañana alrededor
de tus ojos, la paciente luz que junto
como piedritas al costado del río.
Sin miedo al qué dirán, sin amedrentarme.
Podrías no existir y yo seguir creyendo
igual. (La máxima prueba de fe, por otra parte).
No es credulidad. Es inocencia. Para no
creer en nada, Robin, primero hay que ser
muy rico. Ellos sí pueden darse ese lujo.
Yo, en cambio, creo hasta en la última gota
de agua que sale de la canilla en un ranchito
de mala muerte. Creo y luego existo. Creo
y luego, si quieren, que me vengan a buscar.
De hecho, tus mentiras, cuando llegan,
las creo todas, al pie de la letra. Que revienten
los avivados, los inteligentes. Yo creo
en el soplo que sale de tu boca y golpea,
ahora mismo, contra mi ventana.
Parece un pajarito.


Osvaldo Bossi
31 poemas a Robin
Caleta Olivia Editorial, 2022.

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