Para no olvidar, Clarice Lispector

  
HABÍA UNA VEZ
 
Respondí que lo que realmente me gustaría sería por fin escribir un día un cuento que comenzara así: "Había una vez...". ¿Para niños?, me preguntaron. No, para adultos, respondí ya distraída, ocupada en recordar mis primeros cuentos de los siete años, que empezaban todos con "había una vez": los mandaba a la página infantil de los jueves del diario de Recife, y ninguno, pero ninguno fue publicado jamás. Y es fácil entender por qué. Ninguno contaba realmente un cuento con los hechos que un cuento necesita. Yo leía los que publicaban ellos, y todos relataban un acontecimiento. Pero si ellos eran tercos, yo también.
 
Pero desde entonces yo había cambiado tanto, quién sabe si ahora no estaba preparada para el verdadero "Había una vez". Me pregunté enseguida: ¿y por qué no empiezo? ¿Ahora mismo? Sería sencillo, sentí.
 
Y empecé. Al escribir la primera frase, vi inmediatamente que todavía me era imposible. Había escrito:
 
"Había una vez un pájaro, Dios mío".
 
 
LA MAYOR EXPERIENCIA
 
Antes había querido ser los otros para conocer lo que no era yo. Comprendí entonces que ya había sido los otros, y eso era fácil. Mi mayor experiencia sería ser el otro de los otros; y el otro de los otros era yo.
 
 
ABSTRACTO Y FIGURATIVO
Tanto en pintura como en música y literatura, a menudo lo que llaman abstracto me parece sólo lo figurativo de una realidad más delicada y más difícil, menos visible al ojo desnudo.


CUMPLEAÑOS
 
Empezó a cantar, se interrumpió y dijo:
-Estoy cantando en mi honor. Pero, mamá, no aproveché bien mis diez años de vida.
-Los aprovechaste muy bien.
-No, no quiero decir aprovecharlos haciendo cosas, haciendo esto y aquello. Quiero decir que no estuve lo suficientemente contento. ¿Qué te pasa? ¿Estás triste?
-No. Ven aquí que te beso.
-¿Ves? ¿No te dije que estabas triste? ¡¿Ves cuántas veces me besaste?! Cuando una persona besa tanto a otra es porque está triste.
 
 
LA ESCRITORA
 
El busto grande, caderas anchas, ojos castos, castaños y soñadores. Alguna que otra vez suspira. Dijo con aire alegre, afligido, muy rápido para que no la oyeran del todo: ¡creo que no podría ser escritora, soy tan... tan...!
 
Un día, a escondidas de sí misma, anotó en la libreta de gastos algunas frases sobre el Pan de Azúcar. Sólo algunas palabras; era mujer concisa. Mucho tiempo después, una tarde en que estaba sola, recordó que había escrito algo sobre algo -¿el Corcovado?, ¿el mar? Fue a buscar la libreta de gastos. Por toda la casa. Mueble por mueble. Abría cajas de zapatos con la esperanza de haber sido romántica al punto de guardar lo escrito en una caja de zapatos. Habría sido una buena idea. Poco a poco crecía la sofocación, se pasaba la mano por la frente; ahora era algo más que la libreta de gastos lo que buscaba, no precisamente la libreta de gastos; veamos, paciencia, busquemos de nuevo. ¿Qué estaría escrito en la libreta?: la esperanza; ¿qué habría escrito ella? Busquemos, es cuestión de fuerza de voluntad, es cuestión de ir y tomarlo. Qué desastre -decía inmóvil en medio de la sala, sin poder orientarse, sin saber dónde buscar-, qué desastre. Sus ojos eran dulces, lo que estaba fatalmente perdido pesaba sobre su destino y la sometía; sus ojos eran dulces, castaños. La sala, tranquila, por la tarde. Y en alguna parte había algo escrito. Se desabrochó el cuello de la blusa. No te desanimes, se decía, busca entre los papeles, entre las cartas, entre las pocas cartas que le mandaban. Ah, si le hubiesen escrito más, ella tendría muchos papeles y tendría dónde buscar. Pero su vida ordenada era transparente, tenía pocos escondrijos, era limpia. En su casa el único escondrijo era ella misma. Pero qué felicidad tener muebles, cajas donde encontrar por casualidad. Tenía dónde buscar indefinidamente.
 
Fue lo que siguió haciendo una y otra vez a lo largo de los años. De vez en cuando se acordaba de la libreta de gastos con un sobresalto esperanzado. Hasta que, después de muchos años, dijo un día:
 
-Cuando era más joven escribí algunas cosas.


Clarice Lispector
Para no olvidar. Buenos Aires: El Cuenco de Plata, 2011.

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