LOS TRABAJOS

 

 
Los trabajos
 
                                                                                                            A Hebe Uhart
 
Aunque toda la tanda salió del lavarropas con pedacitos de papel adheridos, porque me olvidé de revisar bolsillos y alguna carilina habrá quedado escondida por ahí, fue una mañana hermosa. Es una mañana hermosa, convertida en mediodía, de domingo muy gris, en silencio. Sin varones, sin hijos. Tan gris que parece un escenario para que yo, que tengo 37 años y soy madre, piense en mi madre a través de los años, en el trabajo mudo que hizo todos los días y que a ella nunca le pareció digno de un solo comentario.

Terminé de leer un libro donde una chica mira cuadros y escribe; a veces ni siquiera mira los cuadros: los recuerda. Hace un rato en el patio colgaba la ropa con cuidado, sacudiéndola fuerte para sacar los papelitos, y pensaba en los tantos retratos de lavanderas hechos por varones. Yo estoy adentro de un retrato de lavandera, tengo ese pelo inflado y vaporoso de las mujeres que en el siglo XIX se cepillaban los rulos y estoy tan mal vestida como puedo, con un pantalón negro de modal, una musculosa de fibrana que uso para dormir y un saco azul, contenta porque en una mañana pude unir lo doméstico con la lectura de un libro que me gustó mucho, y porque la presencia de mi familia a través de esta ropa limpia que es de ellos es acariciante, casi perfecta.

Todo en este patio habla de mí: el polvo acumulado que trajo la lluvia y todavía no pude barrer, la pared descascarada por la humedad que hace meses pienso en tapar con una enredadera imaginaria, las pocas plantas que sobrevivieron en sus macetas y siempre pienso en acompañar de otras nuevas, pero nunca lo hago porque estoy pensando o escribiendo.

No aspiro como hace unos años a poder zafar de tener una vida cotidiana para dedicarme a lo más alto. Quiero tenerlo todo: este libro ya leído y en proceso de cambiarme, esta ropa llena de papeles. Pero todo me da ganas de llorar, esta mañana el patio con la ropa colgada que podría ser el escenario de mi vida me da ganas de llorar, ¿por qué?

Será que estoy mintiendo, lo que las oraciones reúnen armoniosamente para dar la idea de una convivencia equilibrada en realidad es un tirón en el pecho, uno que por lo visto va a estar siempre.


Marina Yuszczuk
¿Alguien será feliz? Buenos Aires: Blatt & Ríos, 2019.

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