Cartas a un joven bailarín 6

 
Carta 6 
 
 
Aprendí la danza con grandes maestros,
 
aprendí la danza caminando por la naturaleza,
 
aprendí la danza transpirando en un estudio,
 
aprendí la danza mirando a mis gatos,
 
aprendí la danza descubriendo el mundo,
 
aprendí la danza meditando en mi habitación,
 
aprendí la danza observando a mi abuela hacer sopa de pesto,
 
aprendí la danza viendo en escena a grandes bailarines,
 
aprendí la danza haciendo barra,
 
aprendí la danza nadando en el mar,
 
aprendí la danza en Dakar, dándoles clases a mis hermanos senegaleses,
 
aprendí la danza conduciendo, en la noche, en auto, sobre pequeñas rutas de montaña,
 
aprendí la danza en los bares de pueblo en España, donde, pasada la medianoche, todos bailan,
 
aprendí la danza viendo a Madeleine Renaud actuar Oh les beaux jours,
 
aprendí la danza yendo mucho al cine, seguido, todavía...
 
aprendí la danza haciendo zen con Taisen Deshimaru,
 
aprendí la danza sintiendo dolor en todos mis músculos,
 
aprendí la danza mirando las nubes,
 
aprendí la danza escuchando a mi padre hablar de filosofía y entonando canciones de época, Mistinguet, Josephine Baker, Damia, cuando partíamos juntos, con mochilas, sobre las rutas provenzales.
 
"Ahora soy liviano, ahora vuelo, ahora me veo sobre mí, ahora un dios baila conmigo".
 
"No podría creer en un dios que no supiera bailar".
 
NIETZSCHE

Cuando creé mi primera compañía, Les Ballets de l'Étoile, mis compañeros y yo vivíamos en cooperativa y no teníamos los medios para pagar un estudio. Afortunadamente, el Théâtre de l'Étoile, donde actuábamos durante el verano, sólo ofrecía recitales de canto que no exigían ni decorados, ni preparación escénica excepcional (fue así que conocí a Yves Montand, Marlene Dietrich...), de modo que podíamos trabajar y ensayar en el escenario que quedaba desocupado durante el día.

Así fue que descubrí, por necesidad, la alegría de crear sobre el escenario, la verdad del movimiento sentido por el cuerpo y no visto a través de un espejo, la potencia dinámica del agujero negro de la sala donde, un día (lo esperamos siempre), un público vendrá a anidar.

Me gusta evidentemente el ESTUDIO, alambique de la búsqueda, pero el espejo está allí con su duplicidad. ¿Cómo bailar frente a una pared si el estudio no tiene espejo? El gesto toma su verdadera proyección gracias al espacio y al espejo; al menos, crea un espacio ficticio pero eficaz.

Entonces, cada vez que puedo armar una coreografía directamente sobre el escenario del teatro, me siento mejor y, creo, la obra también.

El espejo, por supuesto, es útil, no para mirarme, sino para controlar al bailarín que evoluciona detrás de mí y sigue mis movimientos. Si para verlo me ubico frente a él, nuestros gestos están invertidos y mi brazo derecho se corresponde con su brazo izquierdo, y viceversa. Un bailarín puede aprender un movimiento únicamente detrás del profesor o del coreógrafo; el estudio es útil para la enseñanza. Pero, para crear la verdadera dinámica de la danza sobre mi cuerpo, el escenario me da una autenticidad más completa.

Ya vez, el espejo me fascina y me aterroriza... Pienso en la frase de Jean Cocteau: "Los espejos deberían reflexionar un poco antes de devolver las imágenes".

En Japón, en los templos shinto, sobre el altar, un espejo reemplaza la imagen de la divinidad. Pienso en la expresión hindú:

"Eres eso"
TAT TWAM ASI

 
Maurice Béjart
Cartas a un joven bailarín
Buenos Aires, 2005, Libros del Zorzal
 
La foto de los gatitos es del amigo Gonzalo

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