Cartas a un joven bailarín 2

 
Carta 2
 
Estás -me dices- en la búsqueda de una disciplina para a la vez completar e interiorizar el trabajo sobre tu cuerpo. Me hablas del yoga... es curioso: yo también, en otros tiempos, he buscado esa disciplina. Entonces, déjame relatarte la búsqueda que me llevaba hacia fuera.

A mitad de los años sesenta, partí de viaje hacia la India. Desde mi más tierna infancia, aquel continente, gracias a mi padre, no me era desconocido ni más lejano que tal o cual ciudad francesa que nuestra falta de medios, la guerra y la ocupación alemana nos hacían inaccesible y casi mítica. Y la Bhagavad-gita era uno de "mis libros" junto con los de Molière, Nietzsche y Baudelaire. ¡No he cambiado!

La India es en efecto una región en la que se encuentran todos los climas, todas las razas, todas las religiones, todas las culturas, originales o importadas, e ir desde el Kerala hasta el pie del Himalaya pasando por el Rajastán es saltar del sur tropical al diminuto Mont Blanc con una escala en esas islas mágicas, donde el agua y el verde conservan la humedad de aquellas flores-frutos con las que sueñan los navegantes.

Partí entonces de viaje hacia la India en la búsqueda de...

Quería ante todo encontrar un maestro de yoga auténtico (cosa rara y escondida) y dejarme guiar por él en esta vía desconocida.

Gracias a unos amigos hindúes que vivían en Europa conocí a uno de esos hombres "invisibles" no por magia sino porque, contrariamente a los "gurúes" europeizados (o americanizados), son seres como cualquiera y nada, salvo la clarividencia de una mirada verdadera, los distingue del pasante cotidiano.

Conozco al maestro:

-¿Por qué desea hacer yoga? (Desde luego, un joven estudiante intérprete nos permitió establecer este diálogo).

-Pienso que podrá ayudarme a construir mi vida y hacerme avanzar en mi trabajo.

-¿Cuál es su trabajo?

-Bailarín.

-La danza es un don de los dioses. Shiva-Nataraja es el señor de la danza. Es un arte difícil. ¿Cuál es su baile?

Balbuceo algunas explicaciones incómodas. En el fondo, no sé cuál es mi baile.
 
-Supongo -me dice- que tiene un entrenamiento cotidiano, ejercicios.
 
-Sí, claro.
 
No sé cómo explicarle. Y él:
 
-¡Muéstreme!
 
Veo un balcón de madera que rodea una terraza cubierta en la que estamos sentados.
 
-Hacemos barra todos los días.
 
-Muy bien, ¡adelante!
 
Respiro profundamente, con más nervios que durante una première, y me ubico frente a él, tomándome del balcón. El suelo era, cosa rara en la India, de madera natural, pulido pero no resbaloso, y me permitía un trabajo simple y cuidado.

Al cabo de cuarenta minutos, ni su cuerpo ni su mirada se habían movido. Le digo, cubierto de transpiración:

-Esto es lo que llamamos "barra".

Un largo silencio, luego:

-¿Y por qué quiere hacer yoga? Si su mente es libre y su cuerpo recto pero sin tensión, si deja al ejercicio dirigirlo y no a la inversa, si no desea del ejercicio más que la belleza y la verdad, usted tiene su yoga. ¡No busque en otras partes! Haga entonces lo que llama "barra" por la belleza de la barra, sin pensar en la idea de progreso, pues sólo se progresa abandonando la idea de progreso.
 
Desde aquel día, la barra, para mí, dejó de estar ligada a una técnica, a un estilo, a una cierta forma de baile; es un yoga que construye mi cuerpo y mi mente y me abre la posibilidad de intentar comprender toda otra forma de baile, ya que la danza es uno

Maurice Béjart
Cartas a un joven bailarín
Buenos Aires, 2005, Libros del Zorzal

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