Silencio

 


 

El dios que aparece en los libros creó al mundo a través de la palabra. ¿Qué hubiera sido capaz de crear si hubiera permanecido en silencio?

Si se persigue la extrema claridad, la nominación perfecta, se llega al silencio. Ese paraíso desolado.

Callarse. Hacer silencio. No son en absoluto comparables.

Una gramática del silencio. Una sintaxis del silencio. Lo imposible. Una serie de reglas en un territorio repleto de vacío. Estalla de tan lleno.

Hay gente que se defiende con sus palabras. Hay gente que se protege con su silencio. Ni unas ni otro merecen ser fruto de esos miedos.

El escritor francés Alphonse Allais compone la "Marcha fúnebre compuesta para las exequias de un célebre hombre sordo". El pentagrama está en blanco.

Por escrito, el silencio es bidimensional. En el aire, el silencio tiene cuerpo, volumen. A veces llega a aturdir.

El músico John Cage estudió con Arnold Schönberg. La leyenda dice que el maestro decidió no cobrarle siempre y cuando prometiera dedicar su vida a la música. Schönberg descubre, tiempo después, que su discípulo carece de lo que él llama "talento natural para la armonía". Le dice algo así como: "No vas a poder escaparte de esto. Es como si fuera un muro que nunca vas a poder saltar". Cage le contesta que, entonces, va a dedicar su vida a golpearse contra ese muro.

1951. John Cage entra en la cámara anecoica de la Universidad de Harvard. Un habitáculo absolutamente aislado de toda onda sonora. Puro silencio. Eso espera el músico. Sin embargo, oye dos sonidos: uno agudo y otro grave. Al salir de la cámara lo comenta con uno de los ingenieros. Le explican que el sonido agudo era su propio sistema nervioso. El sonido grave, su circulación sanguínea.

No es tan importante lo que somos capaces de decir. La verdad se construye en lo que somos capaces de oír.

1952. Cage compone 4' 33''. El intérprete no debe tocar ni una sola nota. La palabra "tacet" indica que hay que hacer silencio. Tres movimientos: el pianista que estrena la obra marca la duración de cada uno de ellos cerrando y abriendo la tapa del piano. Todo eso dura cuatro minutos y treinta tres segundos. El público está desconcertado. Algunos, incluso, se enfurecen. Van a tardar en descubrir lo que Cage les ha ofrecido: recuperar aquellos sonidos del mundo que la música hubiera hecho desaparecer. 

Hay quien sostiene que el silencio pertenece a la esfera del lenguaje. Podría decirse todo lo contrario: el lenguaje como un intento de liberación fallido; la libertad estaba en el lugar que se quiso abandonar.

"El que calla otorga", dice el refrán. Una falsa conclusión de los que creen en el lenguaje. Los fervorosos de la nominación. Los perseguidores de categorías, asustados en un mundo sin sentido.

El silencio es una forma discursiva que no admite refutación.

El silencio no es ambiguo; es complejo. La ambigüedad está en el lenguaje. En esa insistencia tan humana de usar un martillo para sacar un tornillo.

Nuestra especie suele creer que el lenguaje es una de sus características. Enternecedor. En realidad, la especie es una de las funciones del lenguaje.

El lenguaje es una religión. Es necesario creer en él para encontrarle sentido. La fe es su única condición de existencia.

Lo importante no es qué se calla sino cómo se calla.

Lo implícito. Ese supuesto híbrido que camina entre el lenguaje y el silencio.

El hacer silencio es condición indispensable para escuchar. Lo uno implica a lo otro. Una verdad desatendida.

Ejercicio para comprender qué es el silencio: leer la obra de Herta Müller. Leerla en voz alta. Poner el oído en lo que no dice. 

La vieja frase: "dueño de lo que callas, esclavo de lo que dices". Una falsa oposición. No nos pertenecen ni las palabras ni los silencios. Nos atraviesan.

Arno Penzias nace en un momento difícil para ser judío en Alemania. 1933. Sus padres lo sacan del país cuando cumple seis años. En 1940, la familia reunida llega a Estados Unidos. A los 21 años Arno se recibe de físico. Se dedica a la radioastronomía. A mediados de la década del '60, él y su colega Robert Wilson están desconcertados: han captado una radiación cuyo origen no puede detectarse porque parece venir de todos lados. Constante. Uniforme. No importa hacia dónde orienten la antena. 

Comienzan a conversar con otros científicos. A partir de estos intercambios comprenden que lo que han descubierto es la radiación de fondo: los ecos de la explosión que todos conocemos como el Bing Bang. El retumbar del inicio del universo. Omnipresente. Inaudible para nuestra especie.

En 1978 ambos reciben el Premio Nobel de Física.

¿Qué es el silencio si nada está en silencio? ¿Es el nombre que le ha dado nuestra cultura a aquello que no podemos oír?

El silencio que producen las dictaduras. Eso es totalmente otra cosa. Eso es puro lenguaje: lenguaje acechado y amordazado.


Eugenia Almeida

(2019) Inundación. El lenguaje secreto del que estamos hechos. Córdoba: DocumentA/Escénicas Ediciones.

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