LA BALLENA

El día era hermoso y apacible. Una leve bruma se balanceaba sobre los camalotes que pasaban arremolinándose corriente abajo. No había nadie en el río más que ellos y los pájaros. A poco navegar, sorprendieron a una garza parada entre los carrizales. La garza levantó vuelo; de pie, era pequeña y delgada, pero cuando extendía sus alas era majestuosa. Aleteó un par de veces y luego se dejó de planear, alejándose de los intrusos; volvió a pararse unos metros más adelante. Marcos y Pablo pronto la alcanzaron de nuevo, y el ave, otra vez, alzó vuelo ante su presencia. La escena se repitió por varios kilómetros; la garza escapaba de ellos, pero a Marcos le gustó pensar que en realidad ella iba mostrándoles el camino, como esos pájaros de los cuentos de hadas.

Y algo de eso hubo; porque cuando traspasaron la desembocadura de un arroyo, justo cerca de Palmira y los 33 Orientales, la garza siguió volando más allá de su vista, y allí fue cuando Pablo señaló algo en el agua barrosa.

Si no hubieran sabido lo que buscaban podrían haberla confundido con un camalotal o un pedazo de madera. Les costó ver en que dirección se movía, hasta que fue evidente que iba río abajo, como ellos.

Se acercaron un poco más hasta que ya no quedaron dudas: rompiendo la superficie del agua asomaba la piel nunca vista de una ballena.


Cecilia Moscovich
(2016) La ballena. Rosario, Editorial Ivan Rosado

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