Nadie piensa que Dios es cool

Cómo olvidar la técnica de respiración

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   Hace una semana me agarró un nuevo síndrome (mi psicólogo estaría orgulloso), fruto del exceso de yoga. De tanto percibir mi respiración, no puedo dejar de percatarme que estoy respirando, aún después de terminada la clase. Y si tengo que correr un colectivo o hacer más de dos cosas al mismo tiempo, como atender el teléfono, mientras guardo mi billetera y abro la puerta del ascensor para que no se vaya, se me complica tanto dar la orden de seguir respirando que colapso.
   Al final entendí que mi cuerpo me obedece menos que al promedio de las personas. La respiración era de las cosas que me salían bien, pero ahora está en una zona gris y va camino al fracaso. Lo lindo sería vivir abajo del agua y respirar por las axilas.



   Nadie piensa que Dios es cool

   Es el primer sábado a la noche en dos años que mi novio hace la suya. En vez de salir con mis amigas a una fiesta vip en Ezeiza, me vine a la casa con jardín de mis padres a ser alimentada y taparme con frazada, aunque es verano.
   A las once y media mis padres se fueron a dormir y yo me puse a leer el libro de Juana Isola. Leí casi la mitad y me reí como doce veces. Me gustó eso de la liviandad. Es verdad que no está bueno ser una chica densa. El exceso de sentimientos puede envejecer la piel y alejar a los amigos.
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   La última astróloga a la que fui me explicó que tengo el conjuro del asceta y que en mi vida pasada fui un monje.
   Ahora, en esta vida, cuando rezo a la noche, le pregunto a Dios cómo está y no me contesta, pero sé que le gusta que le pregunte porque todos piensan que está siempre ahí y está siempre bien y eso lo cansa.

   María Zinn
   (2016) Nadie piensa que Dios es cool. Paraná: Editorial Gigante.

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