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Mostrando entradas de agosto, 2016

Las mujeres que pasan

Creo que ustedes se habrán dado cuenta de una cosa rara que nos pasa en la calle con las mujeres. Por ejemplo, en Florida. Pasa una, pasan mil. [...]. Son "ellas", son las mujeres que pasan. Todas, una. Una, todas. Y de repente, sin que la anuncie nada pasa una entre todas... Una que no es más bonita que las otras, ni más joven, ni más elegante, ni anda mejor, ni mira mejor... Pero ésa es una, es sola, ésa arrastra todas las miradas, todo lo imprecisado que nos sugiere la mujer... Salvadora Medina Onrubio (2007) "La solución" en Las descentradas y otras piezas teatrales , con colaboración de Josefina Delgado. Buenos Aires: Colihue.

Poemas de Susana Thénon

Este corazón que se entretiene con mi angustia, que prolonga mi mala sangre en su seno y la retiene, hasta que de ella se inundó todo lo puro, yo lo mataré, así, despacito, sonriendo con ternura, lo mataré. *** BÚSQUEDA Me acaricio el instinto y lo largo junto a los otros perros. Me duelo, pruebo la muerte con la punta del miedo. Susana Thénon (2004) La morada imposible. Tomo 2 . Buenos Aires: Corregidor.

Poema de Roberto Juarroz

Desbautizar el mundo, sacrificar el nombre de las cosas para ganar su presencia. El mundo es un llamado desnudo, una voz y no un nombre, una voz con su propio eco a cuestas. Y la palabra del hombre es una parte de esa voz, no una señal con el dedo, ni un rótulo de archivo, ni un perfil de diccionario, ni una cédula de identidad sonora, ni un banderín indicativo de la topografía del abismo. El oficio de la palabra, más allá de la pequeña miseria y la pequeña ternura de designar esto o aquello, es un acto de amor: crear presencia. El oficio de la palabra es la posibilidad de que el mundo diga al mundo, la posibilidad de que el mundo diga al hombre.                     La palabra: ese cuerpo hacia todo.           La palabra: esos ojos abiertos. Roberto Juarroz

La noche tiene olor a asado

La noche tiene olor a asado. Salgo al patio, inflo el pecho, me relamo. Miro para arriba y ahí está la luna, después de los cables. No creo en la luna. Creo en el edificio de enfrente: la noche oscura tapa todo y las ventanas luminosas aparecen en fila, prolijitas. Ahí está el tío, acompañado de sombras. Él sí que sabe de asados. En su casa hay posters de cortes vacunos y fotografías de caballos y toros, contemplarlos es una maravilla. En las otras ventanas se recortan familias, ancianos, y mascotas pequeñas. No creo en las constelaciones. Me identifico con los humanos, me conmueve el detalle de todo lo cercano. Dentro de algunos años, tendré hijos, gordos e irreverentes. Y cuando crezcan les voy a enseñar una cosa, una cosa muy grave que mi madre se olvidó. Voy a casarme con un plomero, un cazador o un electricista, para que mis hijos aprendan un arte manual. Una técnica cualquiera, da igual, pero que no les pase como a mí, que me faltó una educación y me costó bastante aprender a